*ADVERTENCIA. No leer esta entrada si eres una persona alérgica a los cambios y/o pensamientos sinceros.
Pues sí. Ayer celebramos en familia otro fin de año, como buena tradición. Con TVE y la Obregón ayudándonos a engullir las uvas al son de las campanadas. Una vez realizado el ritual y pasada la resaca, me he despertado encendida, con la llama prendida. Con muchas ganas de contaros todo lo que mi cabecita teje.
No es fácil para mí. Han sido muchos años de autocensura, pero este… ay! amigas! este año ya no pienso callar más. Y lo pienso dejar en escrito, pa’ que se lea fuerte. También para poder acompañarlo de mis fotografías, las que realizo sin ningún otro afán que llenar mi presente de recuerdos bonitos.

Quizá para adornar la amargura con la que se tiñó mi velada. Os explico, mi padre es un señoro. Uno de esos a los que nada le parece bien si no está hecho con sus manos. Y aunque lo haga, si no es de su agrado encontrará alguna manera de hacerte sentir culpable. Uno que habla más que hace. Que estorba por devoción y que está en desacuerdo por naturalidad. Uno que controla hasta el miligramo de aire que tragaste y por supuesto lo juzga para dejar constancia de su visión y de tu poca destreza.
¡Qué mal me dejan el cuerpo estas visitas! Y me sabe aún peor porque… por alguna razón quiero seguir manteniendo contacto con él. Aunque no soporte su misoginia y su odio ensordecedor hacia el mundo. Me sigue pareciendo un personaje con el que puedo aprender y estar orgullosa de quién soy. Pues ya consigo mantener compostura sin dejar de lado mi opinión (sí, también válida). Así que cuando nos encontramos el contexto se vuelve un tanto ying-yang.
Mis hijas ya van entendiendo quién es su abuelo, y aunque hay acercamientos, la mayoría del tiempo experimentan miedo hacia su figura. Al no entender esos momentos de ira lasciva y de verborrea que despotrica contra todo lo que toca. Sinceramente, yo sigo sin entenderlo aún: ¿Cómo su existencia puede estar tan llena de rencor hacia un mundo que no hace más que intentar darle la oportunidad del placer?

Odia a los catalanes. Vive en Catalunya. Su mujer no sirve para nada. Pero la ama. A sus hijas las desprecia. Más tienen que estar cerca. Aborrece a los inmigrantes. Él mismo escogió a una pareja de otro país (no española). Y con esta lista podría continuar hasta el infinito y más allá. ¿Cómo convivir con tanta disparidad? Y además ¿con una carga tan negativa?
Llevo años leyendo mi firma energética, que también contiene una parte de la de él. De esa confrontación sin límite contra todo lo que me rodea. Y ayer, observándola de lejos a través de él entendí que ya no puede manipularme más. Que esa energía, que forma parte de mí, la controlo yo ya que por fin le he sacado la máscara. Ahora ya sé dónde está, con qué propósito llegó y hacia dónde me proyecta. Es por ello que te doy las gracias papá.
Gracias señoro. Porque me dejaste conocerte de cerca. Desarmando así cada puñalada que me clavaste y que sigues clavando alrededor con el único fin de sentirte vivo, pues parece ser que esa es tu naturaleza, la que te mantendrá en pie hasta que mueras.
